Poemas
Laura Redondo

Poemas - Laura Redondo

Orgullosa de poder compartir mis letras

Emocionada de poder compartir con todos ustedes mis versos más personales.

Loca... Me dicen

Loca me dicen

Loca... Me dicen

¿Qué es este amor de locos
que de locura me viste
y entre deseo me atrapa?
Tejida la tela de araña,
reptando mis huesos,
a mi corazón costriñe
a latir rápido, ¡más rapido!
La sangre tiñe mis mejillas;
ríos púrpura en mis venas.
 
Y este amor me escuece
sin ser herida, sin llaga,
adolece mi sabia razón
y estremece mi conciencia.
No tengo perdón, quizá…
Pero si he de enloquecer, ¡sea!
que me coja esta locura
y me lleve a donde muera
la razón de mi cordura.
 
¡Si yo es vivir lo que quiero!
Cubierta mi piel de tus besos,
el corazón desbocado,
el alma danzando al filo,
el olvido a un lado, escondido.
Valiente cobarde sería
si me dispusiera a morir
agonizando esta tormenta
que arrecia mis días.
 
¿Loca me dicen, a mí,
por haber amado, por sentir?
Loca pues, pero repleta,
henchida de vida fugaz
y eterna como las horas
que avanzan lentas sin ti…
 
Loca, me dicen… por amar así.

La razón perdida

Laura-primer-texto-pluma y tinta

La razón perdida

En el supuesto práctico, tras un momento fatídico
de espanto nostálgico por el daño infringido,
la palabra enigmática cobra sentido,
sabiendo escondido su veraz significado
y habiendo resuelto tan locuaz enunciado.

 
Falacias, mentiras tras el velo ocultas
resultan insulsas una vez vislumbradas.


¡Me río al pensar que me las tragaba!
¿Tendría hambre? ¡¿Qué digo?! ¡estaba famélica!
O era lunática o quizá poco lúcida,
mas, sin lugar a dudas, nada lógica.


¡Qué porfía, que insistencia la mía! Si seré…
Nada que no solucione la contra monotonía,
el pensamiento productivo, más bien pragmático,
cabeza bien fría, pies en la tierra y corazón a resguardo.


Supercherías a mí que tanto he nadado… en el barro.

 
De espantos curada y de embustes empachada,
el hambre saciada, ya no quiero más nada.

 
¡Qué suerte la mía haber encontrado
la pieza que al puzle le habían robado!
…¿O la había perdido?

Salvaje

imagen poema salvaje

Salvaje

Yo salvaje.

Tú, fiero.

Nos alimentamos a bocados,
nos bebemos la piel a gramos.


Tú, bestia.


Yo… sin miedo,
cabalgo tu lomo árido
bajo mi acuoso templo.

Deseo ante la luna

Tercer texto poema

Deseo ante la luna

Mira, vida mía, mi pálida piel
bajo la blanca luna;
leche dormida en tu cuna,
arrullo en tus brazos.
 
No se detengan tus manos
al límite de mi cintura;
pernocta en el ocaso de mis muslos,
embriagado de aroma de jazmín.
 
Abierta su flor en la noche,
el dulce estambre en tu boca
clandestina de mi nombre,
enamorado del sabor de mi vid.

Triste, triste niño

Imagen triste niño

TRISTE, TRISTE NIÑO

Te he sentido en la distancia,
como un furioso alarido y triste,
¡triste como la noche callada!
Te he escuchado en el viento,
clamor de tempestades recias
que hasta a un Dios acobarda.
 
¿Qué te ocurre, niño mío?
que ya tu voz no se halla
si no es en cánticos tristes,
tristes como triste es la nada.

Te contemplé en el espejo,
¡y esa sonrisa cruzada! Triste,
¡Triste, triste, mi niño! Dime,
¿Quién fue el que robó tu alma?

Mi refugio

Pareja

Mi refugio

Déjame dormir una vez más en tu pecho,
acoplada a ti como parte de tu cuerpo;
fundirme en un abrazo eterno que me entibie
devolviendo la esperanza en este frío invierno.
 
Déjame encerrar mi piel entre tus brazos,
que el sollozo que sujeto con temor quede libre,
llorar mis vidas pasadas, momentos aciagos;
limpiar con aguasal mis recuerdos embarrados.
 
Déjame volver a ser, tan solo un instante,
la inocente niña que duerme en tu regazo,
la yema de tus dedos trazando mil caricias,
la dulzura en tus palabras, la miel en tus labios.
 
Vuelve a calmar mis miedos beso a beso,
envuelve mi voz entre las briznas de tu pelo.
 
Déjame dormir una vez más en tu pecho,
sofocar, al calor de tu abrigo, mi grito en silencio.

Lamento

Templario

Lamento

Su mirada era una marchita súplica que, dolorosa, se elevaba a un cielo injusto y pálido. Desgarrado, el alarido atascaba su garganta y horadaba su pecho, bajo el manto de un Dios que se burlaba del frío de aquel corazón helado. Las lágrimas brotaban en perlas fugaces, tragadas a sorbos por un orgullo herido. Temblorosas, sus manos acunaban los deshechos del honor pisoteado de un hombre justo y acorralado. Fueren sus brazos fieles defensores de aquellos reyes que hoy miraban con desprecio hacia otro lado. Escarlata, su espada, brillaba a la luz de la sangre de miles de hombres mucho más humanos que habían perecido ante él. Impotente. Humillado. Malditos los cobardes que abandonaban hoy sus tierras. Malditos los que, siendo estandarte, se habían arrodillado en pos de conservar sus coronadas cabezas y maldito su honor pues, aun siendo enterrado bajo el manto de cuerpos de sus hermanos, todavía brillaba lo suficiente como para cometer el último de sus propósitos y perecer allí, a su lado. El filo reflejó su rostro cansado una vez más… la última. Escarlata hizo honor a su nombre, bañando su acero en la sangre del que, otrora, la empuñó al grito de “libertad”

Adiós

Adiós

Adiós

Aquí yacen mis restos, madre,
víctima de la estocada;
bajo la tierra mojada,
lo que en el fuego no arde.

Por haber perdido la vida
yo, la sangre de tu sangre,
en tu pecho hay un enjambre
y la mirada perdida.

Alce la vista al cielo, madre,
por mi juventud fugaz,
por la palabra falaz
de ese maldito cobarde.

Levántese ya de esta tumba,
limpie la lluvia el dolor
y lleve a mi pueblo el clamor
que hoy en el cielo retumba.

Agonía

Agonía

Agonía

En una intermitente agonía
recito tu nombre;
letanía ensordecedora,
mientras agito mi cuerpo
bajo tu escarpado monte.

Y cuando no,
de hambre muero,
de sed, muero,
¡de deseo agonizo!
Si tu carne no me es ofrecida,
si tu sudor no lame mi espalda,
si tus ojos no se clavan en los míos…
Y cuando no,
la noche calla
y ya no te escucho…
Y mi gemido enraiza.

Y mi deseo duerme.
Y mis ojos ya no te buscan.
Y mis labios ya no te aguardan.
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