Una sociedad insalvable es una sociedad que no desea ser asistida, lapidada bajo el peso de la indiferencia, insegura de sí misma, sin valores ni moral y con una lealtad que solo es ofrecida en cada momento, rebus sic stantibus, al mejor postor.
Una sociedad en la que la falta de respeto no solo es tolerada sino también aplaudida, admitido el lenguaje vulgar, jaleada la poca educación o ausencia total de esta, y perpetuada la superioridad del ignorante sobre la del ilustrado, como seguro heredero al trono de un reino sumido en el caos, perpetuando así la categoría del ser mediocre y fácilmente manipulable, con estudios de librillo, pero poca vida, con carreras de diploma y adiós muy buenas, váyase usted a gobernar.
Una sociedad que ha perdido el norte, cada día más falta de humanidad, más vacía de cultura, de costumbres y de protocolos, normas y directrices, más inestable e insegura, más simple… Una sociedad menos social.
Una sociedad en la que las trompetas ya no claman por el honor de las batallas; tocan en un desfile de muertos en vida bailando un frenético ritmo repetitivo, un clangor de notas dispares que ya a nadie incomoda.
Una sociedad en la que el valor es algo histórico y, de boca en boca se dice, se cuenta, que en algún momento era parte del ser humano, apreciado símbolo de lealtad y honor, palabras tiempo ha olvidadas en algún que otro seno democrático.
¡Qué acidez de estómago, qué aburrimiento! Tropezar dos veces con la misma piedra, no, ¡qué va! Si somos nosotros quienes nos empeñamos en colocarla en mitad del camino y luego avanzar sobre ella, a paso ligero y con los ojos cerrados para darnos el fuerte golpe.
Dejemos a un lado esa absorta pasividad ante lo que fatalmente consideramos inevitable e intentemos, al menos, salvar (si es que se puede) algo de lo que fuimos, de lo que quizá nunca volveremos a ser… pero hagámoslo sabiendo que trajimos de vuelta el valor, la lealtad y el honor, aunque fuese solo para quienes creemos pueden merecerlos.