HABLEMOS DE SEXO
¿No es acaso el idioma universal? ¿No es sino parte intrínseca del ser humano, siendo condición indispensable para la mismísima perpetuidad de la especie? Hablemos entonces de sexo, pues si en otros temas nuestros oídos se taponan y nuestra boca se abre en un lacónico bostezo, el lenguaje universal nos reanima el fluir de la sangre y nos invita a un despertar de los sentidos, alejándonos del letargo escrupuloso al que nos hallamos irremediablemente avocados. Conversemos, pues, de sexo, de la necesidad, qué digo necesidad, ¡obligación! de utilizar la piel hasta el último milímetro para dar y recibir placer. Y te diré algo, hasta el dorso de los dedos deslizándose, los nudillos como dos gotas de agua que caen por la gravedad, desde una nuca despejada y a través de la espalda desnuda, son buena parte, casi indispensable, del acto sexual ¿Te haces una idea? ¿No te gustaría sentir ahora mismo ese deleite exquisito que es ser recorrido con la yema de unos dedos curiosos o, por el contrario, provocar que, a tu contacto miles de poros de esa expectante piel se eleven, como diminutos granos de arena del desierto? ¿No desearías, fija la mirada, la expresión en otros peligrosos ojos del deseo, del hambre que provocas en ese cuerpo, la necesidad del alimento que ofreces, miel de mieles, manjar de dioses? Dime, ¿acaso no deseas todo eso?Y no hemos de permitir que haya sentidos que se queden abotargados, sumidos en un sueño profundo. Hay que despertar hasta los que no existen, ¡hemos de crear nuevos sentidos! Todo, con tal de experimentar hasta el más leve detalle de la unión de las almas a través de los cuerpos. Porque, ¿Cómo no sentir la permeable y caótica naturaleza del acto carnal como parte de algo más grande que el simple acto en sí? ¿No se trata, pues, de llegar a alcanzar un estado de frenesí imbuido de un oscuro misticismo? ¿Y cómo, si no es aprovechando incluso nuevas formas, hasta ahora inexistentes de percepciones oníricas, habríamos de alcanzar tal catarsis?Es el contacto, el abrazo de los cuerpos sometidos a la presión del deseo, a las delicias del amor carnal, de sus virtudes y sus más depravados rostros; es la piel que, rozada con otra piel con la ternura del amante enamorado y la suavidad de la caída de una pluma, se eleva y sublima el placer a un estado de gozo insoportablemente fugaz. Hablemos pues, de sexo, y de amor si es que sabemos disculpar los romances sórdidos; asimilar que su declarada impureza no es más que la natural predisposición del alma de elevarse a su máxima expresión, cercana a una divinidad prohibida, cuanto menos deseada e inalcanzable. Hablemos… no, mejor callemos; silenciemos nuestras sedientas gargantas para expresarnos, húmedas nuestras vigorosas lenguas, en el único idioma universal. Hagamos de la práctica la excelencia; del beso, un abstracto arte triunfal, ritual iniciático del recorrido en descenso, sublevadas nuestras más indecentes pasiones en racimos de impúdicos silencios. Alimento del Ser, eso es el sexo cuando deja de ser sexo para crecer en amor de alma y carne, de sangre y huesos, de mentes con privilegiados cerebros. Una metamorfosis, una hermosa evolución del arte por el arte, del placer por el placer…