¿Sabes lo que es el placer? Seguro que sí, pero ¿Y el deseo? El deseo no conoce límites, no atiende a razones, no precisa lo visual… ni siquiera el tacto es necesario. El deseo es una fuerza natural que convive en ese rincón confinado y oscuro al que no dejamos más que una rendija para que una mínima parte se cuele de vez en cuando en el momento preciso.
El deseo es una emoción irracional, un pequeño y diabólico ser que nos posee, despertándonos un apetito voraz. El deseo es el eterno reo condenado a cadena perpetua en una prisión de limitaciones, permitiéndonos así, vivir sin desear, sin la acuciante necesidad de entregarnos a los placeres del exquisito y refinado erotismo.
El deseo no nace, ES. No se siente, se Vive, se exuda por cada poro, se exhala en cada respiración y reside en nosotros en cada uno de nuestros pasos. Cuando le hemos dejado libre, se siente como un ente que nos envuelve, un elixir que nos rejuvenece, un bálsamo que nos cura de todo impedimento.
Es posible sentir placer sin deseo, tener sexo sin deseo… pero el deseo es, en sí mismo, puro gozo y sublime placer.